La dislipidemia y la diabetes mellitus tipo 2 son dos de las principales enfermedades metabólicas que contribuyen significativamente a la carga global de enfermedades cardiovasculares.
Se estima que hasta el 80% de los pacientes con diabetes presentan algún grado de dislipidemia, caracterizada principalmente por elevación de triglicéridos, disminución de colesterol HDL y predominio de partículas LDL pequeñas y densas, las cuales son altamente aterogénicas (1,3). Este perfil lipídico desfavorable incrementa de manera notable el riesgo de eventos cardiovasculares, incluidos infarto de miocardio y accidente cerebrovascular, que son responsables del 75% de las muertes en esta población (3,5). En el contexto de una pandemia metabólica global, con más de 500 millones de personas viviendo con diabetes y una prevalencia de dislipidemia que alcanza hasta el 50% en adultos, la interacción entre estas dos condiciones plantea un desafío crítico para los sistemas de salud (2,4).
Los mecanismos patológicos que vinculan dislipidemia y diabetes incluyen resistencia a la insulina, inflamación crónica de bajo grado y disfunción endotelial, procesos que no solo perpetúan la progresión de ambas condiciones, sino que también contribuyen al desarrollo acelerado de aterosclerosis (4,5). La resistencia a la insulina, presente en más del 90% de los pacientes con diabetes tipo 2, altera el metabolismo de lípidos al aumentar la producción hepática de lipoproteínas ricas en triglicéridos y disminuir su aclaramiento, lo que exacerba la dislipidemia (3,6). Además, el estado inflamatorio crónico asociado a la diabetes favorece la oxidación de partículas LDL, un proceso clave en la formación de placas ateroscleróticas (1,5). En este contexto, abordar la relación sinérgica entre dislipidemia y diabetes es esencial para prevenir complicaciones cardiovasculares y optimizar los resultados clínicos.
La conexión entre dislipidemia y diabetes mellitus tipo 2 se fundamenta en mecanismos fisiopatológicos compartidos que amplifican el riesgo cardiovascular. La resistencia a la insulina, un elemento central en la diabetes tipo 2, desempeña un papel crucial en el desarrollo de dislipidemia al alterar múltiples procesos metabólicos. Este estado insulinoresistente aumenta la lipólisis en el tejido adiposo, lo que eleva los niveles de ácidos grasos libres en el plasma y estimula la síntesis hepática de triglicéridos. Como resultado, se produce un aumento en la secreción de lipoproteínas de muy baja densidad (VLDL), que contribuyen al predominio de partículas LDL pequeñas y densas, conocidas por su alta capacidad aterogénica (3,5). Este patrón lipídico, denominado dislipidemia diabética, se encuentra presente en hasta el 70% de los pacientes con diabetes tipo 2 (4,5).
Por otra parte, la inflamación crónica de bajo grado, característica de ambas condiciones, exacerba el daño vascular. Los niveles elevados de citocinas proinflamatorias como la interleucina-6 (IL-6) y el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α) no solo promueven la resistencia a la insulina, sino que también contribuyen a la disfunción endotelial al reducir la biodisponibilidad de óxido nítrico y favorecer la adhesión de monocitos al endotelio (2,4). Este proceso inflamatorio está estrechamente relacionado con la oxidación de partículas LDL, un paso clave en la formación de placas ateroscleróticas (3,5). En pacientes con diabetes tipo 2, esta interacción patológica acelera el desarrollo de aterosclerosis, incrementando el riesgo de eventos cardiovasculares en más del doble en comparación con la población general (5,6).
Adicionalmente, la hiperglucemia crónica asociada a la diabetes contribuye a la glicación de proteínas y lípidos, formando productos finales de glicación avanzada (AGEs) que inducen estrés oxidativo y amplifican la respuesta inflamatoria. Este estado favorece la progresión de la aterosclerosis al potenciar el daño endotelial y la acumulación de macrófagos en las placas (4,5). En conjunto, estos mecanismos fisiopatológicos subrayan la naturaleza sinérgica de dislipidemia y diabetes, resaltando la necesidad de enfoques terapéuticos integrales que aborden ambos trastornos simultáneamente para mitigar el riesgo cardiovascular y mejorar los resultados clínicos (1,3).
Tabla 1. Metas de tratamiento para LDL-C en pacientes con diabetes tipo 2 según la ADA 2024
Nivel de riesgo cardiovascular |
Meta de LDL-C (mg/dL) |
Recomendación |
Riesgo moderado |
< 100 |
Cambios en el estilo de vida y terapia con estatinas de baja intensidad si es necesario. |
Riesgo alto |
< 70 |
Estatinas de moderada a alta intensidad. |
Riesgo muy alto |
< 55 |
Estatinas de alta intensidad combinadas con inhibidores de PCSK9 o ezetimiba. |
El manejo combinado de dislipidemia y diabetes mellitus tipo 2 ha evolucionado significativamente en los últimos años, impulsado por el desarrollo de terapias innovadoras que abordan tanto las alteraciones metabólicas como el riesgo cardiovascular asociado. Los inhibidores de la proproteína convertasa subtilisina/kexina tipo 9 (iPCSK9), como evolocumab y alirocumab, han demostrado ser altamente efectivos en la reducción de LDL-C en pacientes con dislipidemia persistente, logrando reducciones adicionales del 50-60% cuando se combinan con estatinas de alta intensidad (1,3). En el estudio FOURIER, evolocumab redujo los eventos cardiovasculares mayores en un 15%, destacando su utilidad en pacientes diabéticos con alto riesgo aterosclerótico (1,5).
Por otro lado, los agonistas del receptor del péptido similar al glucagón tipo 1 (GLP-1), como liraglutida y semaglutida, han emergido como una opción terapéutica dual, no solo para el control glucémico, sino también para la reducción de eventos cardiovasculares. Estos agentes han demostrado efectos beneficiosos en la disminución de triglicéridos y peso corporal, lo que contribuye a un mejor perfil lipídico en pacientes diabéticos. El ensayo LEADER mostró que liraglutida redujo los eventos cardiovasculares mayores en un 13% en comparación con placebo, mientras que semaglutida logró una reducción del 26% en el estudio SUSTAIN-6 (2,4).
Además, los inhibidores de SGLT2, inicialmente diseñados para mejorar el control glucémico, también han demostrado efectos cardiovasculares protectores, incluyendo una reducción en los niveles de presión arterial y una mejora del perfil lipídico al disminuir los triglicéridos. Estudios como EMPA-REG OUTCOME y DECLARE-TIMI 58 han evidenciado que empagliflozina y dapagliflozina reducen los eventos cardiovasculares en pacientes diabéticos con enfermedad aterosclerótica establecida, lo que los posiciona como una herramienta clave en el manejo integral de esta población (3,5).
En el ámbito de la dislipidemia, las estatinas de alta intensidad, como atorvastatina y rosuvastatina, continúan siendo la piedra angular del tratamiento, con reducciones de LDL-C de hasta el 50% y una disminución significativa en la incidencia de eventos cardiovasculares. Sin embargo, la combinación de estatinas con ezetimiba ha ganado relevancia en pacientes que no alcanzan las metas terapéuticas con estatinas en monoterapia. El ensayo IMPROVE-IT demostró que esta combinación reduce los eventos cardiovasculares en un 6%, especialmente en pacientes con diabetes tipo 2 (4,6).
La integración de estas terapias en el manejo combinado de dislipidemia y diabetes refleja un enfoque personalizado basado en el perfil de riesgo individual del paciente. Este modelo de tratamiento no solo optimiza el control metabólico, sino que también reduce significativamente el riesgo de complicaciones cardiovasculares, mejorando los resultados clínicos a largo plazo (2,5).
Las guías clínicas más recientes han establecido lineamientos específicos para el manejo combinado de dislipidemia y diabetes mellitus tipo 2, con un enfoque en la prevención y reducción del riesgo cardiovascular. La Sociedad Europea de Cardiología (ESC) y la Sociedad Europea de Aterosclerosis (EAS) destacan metas agresivas para el colesterol LDL (LDL-C) en pacientes con diabetes y riesgo cardiovascular muy alto, recomendando reducir los niveles por debajo de 55 mg/dL y lograr una disminución adicional del 50% desde el valor basal. Para aquellos con alto riesgo, se sugieren niveles de LDL-C por debajo de 70 mg/dL, mientras que en pacientes con riesgo moderado se recomienda mantenerlo por debajo de 100 mg/dL (1,3).
Por su parte, la American Diabetes Association (ADA) enfatiza la importancia de utilizar estatinas de alta intensidad como terapia de primera línea en pacientes diabéticos mayores de 40 años con riesgo cardiovascular aumentado, independientemente de los niveles iniciales de LDL-C. Además, las guías proponen la combinación de estatinas con ezetimiba o inhibidores de PCSK9 en pacientes que no alcanzan las metas terapéuticas, especialmente aquellos con antecedentes de eventos cardiovasculares (2,5). Estas estrategias están respaldadas por ensayos como FOURIER e IMPROVE-IT, que han demostrado beneficios clínicos significativos en esta población (1,5).
Las recomendaciones también incluyen el uso de agonistas del receptor GLP-1 e inhibidores de SGLT2 como parte del manejo integral en pacientes diabéticos con alto riesgo cardiovascular. Los agonistas duales de GIP y GLP-1, como tirzepatida, han demostrado ser una opción innovadora y eficaz para pacientes con diabetes tipo 2 y dislipidemia. Este agente ofrece una mejora significativa en el control glucémico, reduciendo HbA1c en un 2.5%, junto con reducciones de peso corporal de hasta 15%, según datos recientes de ensayos clínicos. Estas propiedades lo posicionan como una opción preferida en pacientes con alto riesgo cardiovascular y metabólico, de acuerdo con las actualizaciones de las guías de la ADA 2024 (2,4). Y, por último, El ácido bempedoico ha sido incorporado como una alternativa viable en pacientes con diabetes y dislipidemia que no toleran las estatinas. En combinación con inhibidores de PCSK9, como evolocumab o inclisiran, esta terapia permite alcanzar reducciones adicionales de LDL-C del 30-50%, según lo indicado en las actualizaciones de las guías ADA 2024 (2).
Tabla 2. Comparación de terapias hipolipemiantes en pacientes con diabetes tipo 2
Terapia |
Reducción promedio de LDL-C (%) |
Beneficio adicional |
Estatinas de alta intensidad |
50 |
Prevención primaria y secundaria de eventos cardiovasculares. |
Ezetimiba |
20-25 |
Mejora el control en combinación con estatinas. |
Inhibidores de PCSK9 |
50-60 |
Reducción significativa de eventos cardiovasculares mayores. |
Ácido bempedoico |
30-50 |
Alternativa para pacientes intolerantes a estatinas. |
Tabla 3. Opciones terapéuticas combinadas para dislipidemia y diabetes tipo 2
Terapia combinada |
Beneficio metabólico |
Impacto cardiovascular |
Estatinas + ezetimiba |
Reducción adicional de LDL-C. |
Mejora la prevención secundaria en pacientes con eventos previos. |
Agonistas duales GIP-GLP-1 |
Reducción significativa de HbA1c y peso. |
Disminuye la progresión de la aterosclerosis subclínica. |
Inhibidores de SGLT2 + estatinas |
Mejora del perfil lipídico y control glucémico. |
Reduce hospitalizaciones por insuficiencia cardíaca y mortalidad. |
Además, las guías subrayan la necesidad de adoptar un enfoque multidisciplinario que combine intervenciones farmacológicas y no farmacológicas. Estrategias como la promoción de actividad física, la adherencia a una dieta mediterránea o DASH, y el control del peso corporal son fundamentales para optimizar los resultados clínicos. Estas medidas no solo complementan las terapias farmacológicas, sino que también abordan factores de riesgo modificables asociados a la progresión de dislipidemia y diabetes (1,4).
Finalmente, las guías resaltan la importancia del monitoreo continuo y la personalización del tratamiento en función del perfil de riesgo de cada paciente. Biomarcadores como LDL-C, HbA1c y triglicéridos deben ser evaluados periódicamente para ajustar las estrategias terapéuticas y garantizar que se cumplan los objetivos establecidos (3,6). Este enfoque integral, respaldado por evidencia robusta, es clave para reducir la carga global de enfermedades cardiovasculares en pacientes con dislipidemia y diabetes mellitus tipo 2.
Para concluir, el manejo combinado de dislipidemia y diabetes mellitus tipo 2 es fundamental para reducir el riesgo cardiovascular en esta población de alto riesgo. Las terapias innovadoras, como los inhibidores de PCSK9, los agonistas del receptor GLP-1 y los inhibidores de SGLT2, han transformado el abordaje de estas condiciones, ofreciendo beneficios tanto metabólicos como cardiovasculares. Las guías clínicas más recientes destacan metas terapéuticas agresivas y enfoques personalizados que combinan tratamientos farmacológicos avanzados con estrategias no farmacológicas, promoviendo un modelo de atención integral. Este enfoque multidisciplinario no solo optimiza el control metabólico, sino que también mejora los resultados clínicos y la calidad de vida de los pacientes, consolidándose como el estándar de cuidado en el manejo de estas patologías interrelacionadas (1,3,5).
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Referencias