La enfermedad de Parkinson (EP) es una de las patologías neurodegenerativas más prevalentes a nivel global, con una estimación de 6,1 millones de casos en 2016, cifra que se proyecta superará los 12 millones para 2050 debido al envejecimiento poblacional y las mejoras en los métodos diagnósticos (1).
Este incremento ha sido particularmente pronunciado en regiones con altos índices de desarrollo humano (IDH), como Europa, donde la prevalencia alcanza 1,80 casos por cada 1.000 habitantes, mientras que África presenta solo 0,13 casos por cada 1.000 habitantes, reflejando desigualdades significativas en los sistemas de salud y en la capacidad diagnóstica (ver tabla 1) (1, 3). Asimismo, las regiones del sudeste asiático y el Pacífico occidental han experimentado un crecimiento acelerado desde 2010, atribuido a los cambios demográficos y al envejecimiento en estas regiones (1).
Tabla 1: Prevalencia global de la enfermedad de Parkinson por región (1980-2023) - (1, 3)
El análisis temporal de la prevalencia muestra un incremento significativo en el cambio porcentual anual promedio (EAPC), que pasó de 5,30 % entre 1980 y 2003 a 16,32 % en el periodo de 2004 a 2023, marcando un crecimiento acelerado en la carga de la EP en las últimas décadas (ver tabla 2) (1, 4). Este aumento se relaciona estrechamente con la urbanización y el envejecimiento poblacional, especialmente en regiones como Asia y América Latina, donde los cambios estructurales han incrementado la proporción de personas en riesgo (1, 4). Sin embargo, en regiones con bajos recursos, como África y el sudeste asiático, la falta de datos confiables y de infraestructura sanitaria adecuada limita la precisión de las estimaciones, lo que podría subestimar la verdadera carga de la enfermedad (2, 4).
Tabla 2: Cambio porcentual anual (EAPC) en la prevalencia global - (1, 4)
Factores ambientales también desempeñan un papel crucial en la distribución de la EP, siendo más prevalentes en regiones altamente industrializadas (5). En Europa, el 60 % de la población está expuesta a pesticidas, frente al 10 % reportado en África, lo que sugiere una relación directa entre la industrialización y el riesgo de desarrollar esta enfermedad (ver tabla 3) (5, 7). De manera similar, la contaminación ambiental afecta al 65 % de la población en Europa y al 50 % en América, mientras que en África esta cifra es considerablemente menor, alcanzando solo el 15 %, lo que subraya una correlación entre contaminación y prevalencia de EP (5, 7). Adicionalmente, la adopción de estilos de vida urbanos, como el aumento del consumo de alimentos ultraprocesados y la disminución de la actividad física, ha incrementado los factores de riesgo en países de ingresos medios y altos (6, 7).
Tabla 3: Exposición a factores ambientales relacionados con la EP por región – ( 5, 7)
El análisis de estas disparidades en la prevalencia de la EP evidencia cómo las dinámicas globales de envejecimiento y los factores ambientales interactúan con los sistemas de salud y las desigualdades socioeconómicas para configurar el panorama actual de esta enfermedad (1, 4). Este contexto plantea la necesidad de estrategias específicas para mitigar estas inequidades mediante la regulación de factores ambientales y la mejora en la accesibilidad de los servicios médicos (5, 7). Además, comprender la interacción entre el desarrollo socioeconómico y los determinantes sociales de la EP resulta crucial para diseñar políticas públicas y estrategias preventivas que reduzcan la carga de la enfermedad y mejoren la calidad de vida de los pacientes afectados en todo el mundo (4, 8).
Los niveles de desarrollo socioeconómico tienen un impacto determinante en la prevalencia y el manejo de la enfermedad de Parkinson (EP), como lo evidencian las disparidades observadas entre regiones con diferentes índices de desarrollo humano (IDH). Los países con IDH muy alto presentan una prevalencia de 1,79 casos por cada 1.000 habitantes, mientras que en los países con IDH bajo esta cifra desciende a 0,13 casos por cada 1.000 habitantes, reflejando profundas desigualdades en la disponibilidad de recursos médicos y la capacidad diagnóstica (ver tabla 4) (1, 8). Estas diferencias no necesariamente indican una menor incidencia de la EP en regiones de bajos ingresos, sino que destacan la insuficiencia de sistemas de vigilancia epidemiológica y la falta de profesionales capacitados, lo que genera subestimaciones significativas de la carga de la enfermedad (2, 4).
En países de ingresos medios y altos, el envejecimiento poblacional y la urbanización han intensificado los factores de riesgo asociados con la EP. La exposición a pesticidas afecta al 60 % de la población en Europa y al 50 % en América, mientras que en África solo alcanza el 10 %, destacando el vínculo entre industrialización y riesgo de enfermedad (ver tabla 3) (5, 7). Asimismo, la contaminación ambiental afecta al 65 % de la población en Europa, al 50 % en América y apenas al 15 % en África, subrayando las disparidades en la exposición a factores tóxicos relacionados con la urbanización y el desarrollo económico (5, 7). Además, la adopción de dietas ultraprocesadas y la disminución de la actividad física han aumentado los riesgos en países de ingresos medios y altos, donde los estilos de vida urbanos agravan los determinantes de la enfermedad (6, 7).
El impacto de estas desigualdades es evidente en los sistemas de salud pública, que enfrentan desafíos tanto en países de bajos como de altos ingresos. En las regiones menos desarrolladas, la falta de programas de prevención y detección temprana agrava el impacto de la EP, dejando a muchos pacientes sin acceso a diagnósticos oportunos o tratamientos adecuados (4, 8). En contraste, los países con mayores recursos enfrentan el desafío de manejar un número creciente de casos en el contexto de un envejecimiento demográfico acelerado y una mayor esperanza de vida en los pacientes con EP gracias a los avances terapéuticos (1, 6). Estos factores han incrementado significativamente la carga económica y social de la EP, que exige soluciones integrales para abordar tanto los aspectos clínicos como los determinantes sociales de la enfermedad (4, 8).
Abordar estas desigualdades requiere un enfoque adaptado a las necesidades específicas de cada región. En países de bajos ingresos, fortalecer los sistemas de salud mediante la capacitación de profesionales médicos, el establecimiento de programas de vigilancia epidemiológica y la provisión de recursos para la detección y el tratamiento de la EP es esencial para mejorar el manejo de la enfermedad (2, 8). En las regiones más desarrolladas, las políticas públicas deben enfocarse en reducir la exposición a factores de riesgo ambientales mediante regulaciones estrictas sobre el uso de pesticidas y la contaminación industrial, así como en promover estilos de vida más saludables mediante campañas educativas y la implementación de programas de prevención (5, 7). Estas intervenciones no solo contribuirían a reducir la incidencia de la EP, sino que también mejorarían la calidad de vida de las personas afectadas, disminuyendo la carga global de la enfermedad (4, 7).
La creciente prevalencia de la EP representa un desafío global que exige la implementación de estrategias integrales y sostenibles para mitigar su impacto. Este análisis destaca la necesidad urgente de abordar las desigualdades socioeconómicas y ambientales que afectan tanto la incidencia como el manejo de la EP, mediante un enfoque que combine investigación epidemiológica, fortalecimiento de los sistemas de salud y políticas públicas ambientales responsables (1, 4). Solo a través de estas acciones será posible reducir la carga de la EP y mejorar las condiciones de vida de las personas afectadas en todo el mundo (4, 8).
Te interesa conocer más acerca del tratamiento no farmacológico actual para la Enfermedad de Parkinson?, ¿en qué consiste el tratamiento no farmacológico actual para la Enfermedad de Parkinson?, las respuestas a este muchas otras preguntas te las damos en la whitepaper: Intervenciones no farmacológicas en la enfermedad del Parkinson (EP).
Referencias